Las historias cruzadas de un cobrador de morosos malhablado y de una madre que no quería ser madre en una América desconocida e insólita
Empecé a escribir esta novela a partir de una pregunta que me hacía a menudo mientras conducía: ¿Quién se encarga de recoger los animales muertos de las carreteras? A veces, conduciendo por la mañana cogía una curva y, en el arcén, de reojo y sin querer verlo, me sorprendía la visión de un gato destripado. Por la tarde, cuando volvía a pasar por esa misma curva, ya no estaba. La pregunta me persiguió durante meses, sin que yo supiera qué hacer con ella.
Un día, ya no recuerdo ni dónde ni cómo, descubrí un vídeo de youtube que se llamaba The Accidental Sea. En seis minutos quedé fascinada. El vídeo hablaba sobre la agonía de un lago salado californiano de 900 km2. El Salton Sea se había creado por culpa de un accidente, había sido un paraíso turístico en los años 60 y 70, pero poco a poco se estaba convirtiendo en el escenario perfecto para una película sobre el apocalipsis.
Mientras investigaba sobre el Salton Sea, descubrí que una buena parte de la gente que vivía allí alrededor eran descendientes de los migrantes hambrientos que en los años 30 se habían escapado de unas tormentas de arena mortíferas que asolaron la parte central de los Estados Unidos. También me fascinó aquella parte de la historia americana que nunca antes había oído. Me documenté. Imaginé cómo sería el éxodo leyendo a Steinbeck, estudié los recolectores de guisantes en las fotos de Dorothea Lange, miré y remiré documentales en blanco y negro y en color para saber qué comían y cómo se sentían aquella gente desarraigada.
Cuando ya conocía el Salton Sea y el Dust Bowl del derecho y del revés, ya sabía que la historia pasaría en Estados Unidos, pero no sabía qué tenía que sucedes en ella, a quién, ni cómo, ni por qué. La verdad es que no lo sé nunca, lo que tiene que pasar en mis historias, hasta que no pasa. Hasta que no lo escribo.
Así, en la primera escena escribí a un personaje que ha tenido un accidente y está tendido en el asfalto, porque yo quería poner un animal muerto (para ver quién lo venía a recoger). Y cuando empecé a escribir y le quité los zapatos al protagonista, no sabía por qué se los quitaba, ni quién se los había quitado, ni si esto tendría más repercusión en la trama. Pero gracias al asfalto y al gato muerto, apareció en Dylan Garcia, un cobrador de morosos malhablado con algunos temas por resolver. Y también apareció alguien para recoger el gato muerto, naturalmente.
Del Dust Bowl surgió la historia de la familia Pont. Y a medida que la iba escribiendo, me preguntaba cómo conectar a John y Shirley Pont en los años treinta con Dylan en la actualidad. O como conectar el Dust Bowl con el Salton Sea. Pero a veces las cosas se ordenan solas: de pronto Dylan fue a visitar la Patsy Pont a una residencia y apareció la conexión; y el Salton Sea continuó su declive por la incompetencia de los políticos californianos, hasta el punto de que desgraciadamente se ha convertido en un pequeño bol de polvo que de vez en cuando levanta tormentas de arena. Y el círculo se cerró.
Me he pasado siete años escribiendo esta novela, adentrándome en esta América más olvidada, habitada por personajes singulares. Si aún no habías oído hablar del Salton Sea ni de todos los lugares insólitos que lo rodean tal vez, una vez hayas leído la novela, también sentirás la necesidad de descubrir más cosas.
No escribiré tu historia no se ha editado en castellano. Se puede encontrar en catalán.
La historia de una madre y una hija que luchan para adaptarse al entorno y de un niño americano que las ayudará sin saberlo.