Tres voces que nos explican cómo viven la soledad y la distancia, pero que lo hacen de la forma más cercana posible, despojándose de todos los miedos.
Esta historia empezó con un recuerdo, el recuerdo de una niña americana de unos seis o siete años, que vi en un documental a finales de los noventa. El documental explicaba que la niña no podía hablar con sus amigas. Que quería, pero no podía. Recuerdo perfectamente la imagen de su cocina americana, y cómo le daban microdosis del antidepresivo prozac para ver si el medicamento le ayudaba a salir de esa extrema timidez que no le permitía comunicarse más allá que con los de su casa. Y también recuerdo cómo le cambiaba la cara cuando, después de tomar la medicación unos días, había logrado empezar a hablar con sus amigas. Y cómo explicaba la sensación de libertad que le había dado el tratamiento, de cómo aquello le permitía ser quien ella era de verdad.
Desde que vi ese documental, la niña que no hablaba me volvía a la cabeza de vez en cuando. Pero no sabía qué hacer con ella. Hasta que hace dos años pensé que había llegado el momento. Intenté encontrarla, de nuevo, busqué por youtube a ver si existía el fragmento de documental que recordaba. No la encontré. Pero encontré a muchos otros niños y niñas que se parecían a ella, tanto en youtube como fuera. Leí, vi vídeos y entrevisté a hijos y madres desde EEUU a Inglaterra, desde Noruega hasta Catalunya.
Y de ahí nació Rita, que no habla, pero que tiene muchas cosas que decir. Después de Rita, apareció Anna, la madre que podría ayudarle. Y enseguida vi que la madre también tenía algunas cosas propias que resolver. Quizá por eso necesité incluir a David en toda la historia. Un personaje que viene del mundo real, pero de otro tiempo y lugar, y que se hizo necesario para contar las historias de Anna y Rita.
El silencio de los astronautas no se ha editado en castellano. Se puede encontrar en catalán.
La historia de una madre y una hija que luchan para adaptarse al entorno y de un niño americano que las ayudará sin saberlo.